Me gustaría que, antes de empezar a leer esto, conecte con la sensación placentera de comenzar una buena película; con la certeza de identificar una gran canción solo por el inicio; con el placer de iniciar un buen libro. Seguro le ha pasado. Algo así se siente venir a las veredas de la cuenca del río Arenal: algo profundo, como adentro del cuerpo, como si estuviera tejiéndose una buena historia.
El miércoles 13 hubo un encuentro en la casa Arcoíris. Se convocó a los vecinos, y un grupo de huerteros asistió. Ellos tienen un nombre particular: Diversifolia (es importante recordar este nombre y buscarlo en Google apenas termine de leer esto).
Eran ellos y otras personas como yo, muy atentas a aprender.
Ese día, por alguna extraña razón, el ashram amaneció invadido de abejas, y una me picó.
Ella, igual que unos pocos seres humanos, estaba a la defensiva. Lo estamos porque sabemos que algo no está bien. No está bien el manejo del suelo, ni de la tierra. De hecho, ella lleva años pidiéndonos ayuda.
Y si usted, como yo, es analfabeta en la lectura de la naturaleza y no entiende qué significa el manejo del suelo, voy a intentar explicarlo.
Resulta que se nos ha enseñado a no apreciar la diversidad. Por eso el escarabajo nos parece feo, y ni hablar de las cucarachas. Recuerdo que cuando estaba en el colegio había un niño que adoraba los bichos. Siempre me pareció raro. Creo que se llamaba Sebastián, y su apellido era Forero. Ninguna de las niñas lo quería, y era muy señalado. Sin embargo, creo que no le importaba mucho porque había encontrado compañía en las mariquitas, gusanos y mariposas que mantenía en un nido hecho en su escritorio. Lo que me resulta gracioso ahora es que siento que me estoy convirtiendo en Forero. Ahora veo belleza en los seres pequeñitos. Poco a poco entiendo sus mensajes. Eso pasa cuando nos quitamos las gafas del adoctrinamiento, nos liberamos de esa enseñanza instalada profundamente de que, si algo no se parece a mí, no es hermoso.
Hablo de la diversidad porque es una de las principales características para que un suelo sea fértil. Muchas personas tienen o quieren tener una relación con la tierra, y al pedirle alimento (o, como me gustaría llamarlo, amor), llegan a un lugar y arrasan con todo.
Esto me recuerda algunas historias de “amor” que nos cuentan: esas en las que alguien arrasa con el otro porque lleva mucho dolor dentro.
No está bien llegar y acabar con todo solo porque no puede detenerse a observar el territorio y ser sensible a la belleza que ya habita allí. Persona, pájaro, montaña, finca, apartamento o corazón de alguien más, póngale el nombre que quiera.
El primer paso para sembrar es observar con ojos de amor lo que hay en el lugar al que llega. Por favor, intente no acabar con todo. Eso fue el resumen de este primer encuentro en la casa arcoíris, nos reunimos a observar lo que había en esa tierra, a hacer inteligencia compartida con el suelo.
Ese es el primer paso para el uso del suelo, o al menos eso entendí. Hay que hacer mezclas de hojas, pasto y plantas con nombres increíbles, como el botón de oro, una flor amarilla que se podría convertir en una de mis favoritas. Botón de oro, botón de oro, botón de oro. Lo repito para no olvidarlo porque me dijeron que es muy importante mantenerla viva. Ella realmente nos ayuda a sembrar. Atrae polinizadores, como las abejas. Ellas podrían ser los personajes principales de esta historia.
Quiero compilar en este blog el proceso que está naciendo: reuniones colectivas para observar y aprender de la tierra. Observar los ciclos de la naturaleza y del suelo. Aprendí algunas palabras que suenan importantes, como diversidad, colonias de microorganismos, bacterias, hongos y levaduras. Todas ellas hacen posible la descomposición del suelo. Para entender esto mejor, lo ideal es hacerlo. Que las palabras no nos impidan tomar acción. Observe la tierra que habita, lo que nace a su alrededor, incluso en el corazón de alguien más. Mire el árbol más cercano a donde vive. Pregúntese cosas, como cuando era niño: ¿Por qué este árbol está aquí? ¿Qué me quiere decir con su lenguaje de las no-palabras?
Hay miles de enseñanzas, y hay una última que quiero compartir. Diana, una de las huerteras, es de esas personas que uno escucha con atención porque sabe que lo que dice es importante. Ella puso en palabras algo que yo quería entender: Si la naturaleza sabe hacer sus procesos, ¿por qué los intervenimos? Siempre tuve esa pregunta rondando. Ella finalizó la conversación con algo que hizo clic: La naturaleza no tiene afán. Nosotros sí. Estamos aprendiendo de sus procesos. Y eso es porque solo tenemos esta vida para ver crecer el árbol que plantamos y, con suerte, disfrutar alguno de sus frutos, queremos aprovechar al máximo su hermosura y acelerar, ojalá sabiamente, sus procesos.
Escrito por: Valeria
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