¿Qué pasaría si las montañas nos mostraran el futuro?
¿Y si la madera hablara?
¿Qué tal si el río nos contara historias de humanos que habitaron cerca de él en el pasado?
¿Tendríamos acaso la sabiduría para tomar buenas decisiones?
Realizar prácticas que nos lleven a la conversación y reflexión profunda, nos llevan preguntarnos por nosotros, por el entorno y por nuestras relaciones. Es un ejercicio interesante. Es como tener una casa con habitaciones para la ecología, la espiritualidad y la comunidad. La comunidad es una de las habitaciones principales, que siempre ha sido protagonista a nivel interno, pero que cada vez se expande por toda la cuenca del río Arenal. La comunidad empieza a ser tan grande como el territorio que habitamos. Está naciendo en esta casa un propósito latente de invitar a imaginar el territorio desde un lenguaje a partir de formas. La forma en la que los árboles hablan no son las palabras, ni el fuego grita cuando no entendemos sus mensajes, él arde. Por eso, debemos estar a la altura y explorar diferentes maneras de comunicarnos.
Explorar herramientas, por ejemplo, para pensar en el futuro de una comunidad en construcción, ahí aparece la maqueta. La maqueta podría ser un elemento para vaciar pensamientos, ideas, intereses que buscan construir una realidad futura sobre este territorio, nuestro hogar.
El 1 de noviembre, una pequeña parte de la cuenca del río Arenal se reunió y aceptó la invitación de escuchar las ideas de las personas, de escuchar la visión que tienen del territorio.
Fue un primer paso de exploración, apenas estamos iniciando el recorrido. Escuchar implica ir más allá de la forma, de las palabras y de la conversación; es leer entre líneas, es reconocer que cada ser humano tiene una manera de ver el territorio, de cuidarlo, de entenderlo y de interesarse por él.
Podríamos resumir este encuentro en un diagnóstico para intervenir la maqueta a partir de lo que las personas quieren vaciar en ella: sus pensamientos, sus lugares sagrados, su hogar y sus colores, la similitud que ven en ella y en un cuerpo humano, la ilusión de que los niños entiendan el territorio. Quieren vaciar la diversidad que encuentran cada mañana cuando se levantan y sienten tranquilidad en su paisaje.
Una maqueta es una representación del espacio que habitamos, pero también de lo que imaginamos para el futuro. Las inquietudes y sueños se convierten en algo tangible; es un lugar donde podemos acercarnos, tomar distancia, ver los detalles y cambiar nuestra perspectiva al tiempo que construimos colectivamente un sentido de pertenencia y posibilidad. En estas reuniones de diálogo alrededor de la maqueta, todos tenemos un rol, un aporte, y cada voz suma en la visión que se plasmará en este modelo a escala.
Es como si nos hubieran regalado una lupa, nos dieron la posibilidad de ver la inmensidad para sentir que somos creadores de un cambio. Para sentir la responsabilidad del cuidado, para jugar a encontrar nuestro hogar y reconocer las montañas que hemos recorrido. Verlo más pequeño para sentir que lo podemos hacer. Y lo más interesante es que al mismo tiempo vemos una totalidad y unos límites de los que todos debemos empezar a hacernos cargo.
¿Y si las conversaciones tejieran realidades diferentes?
Utilicemos esta herramienta como excusa para generar conversaciones, miremos qué puntos se empiezan a repetir o señalar con fuerza. Juguemos a construir un bosquejo en el que dibujamos nuestros pensamientos y deseos; cada línea es un reflejo de lo que queremos habitar y de lo que sentimos que necesita nuestro entorno. Dediquemos tiempo a escucharnos.
Este será, entonces, un ejercicio de observación tremendamente inspirador para el mundo entero.
Escrito por: Valeria
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